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Cierto dia, estando en las calles, un hombre mayor se acercó amablemente a él para ofrecerle comida y un lugar para vivir, pero en vez de darle todo lo prometido, el hombre lo llevó a un edificio abandonado donde lo sodomizó varias veces tras lo cual lo dejó abandonado en las calles otra vez.
Como muchos niños, Pedro estaba expuesto a posibles abusos por parte de adultos extraños. Era un “gamín” (así les dicen a los niños de la calle en Colombia) y como tal tenía que asociarse a otros gamines si quería sobrevivir. Pero tal asociación no estaba exenta de terribles males: fue entre los gamines de su grupo donde aprendió a fumar bazuco (forma impura y muy tóxica de la cocaína) y donde a veces tuvo que participar en las espantosas peleas a cuchillos que se daban entre grupos de gamines cuando había disputa por bancas u otros lugares propicios para dormir como callejones o edificios abandonados. Esos, y otros males como tener que buscar comida en la basura, fueron las cargas que Pedro soportó hasta que a sus nueve años, después de andar de vagabundo unos días en Bogotá (a la cual llegó por su cuenta), fue rescatado por una pareja de ancianos estadounidenses.
Naturalmente Pedro aceptó al ver que, tratándose esta vez de un hombre que tenía a su mujer y que además era bien mayor, la situación no podía ser peligrosa. Además en ésta ocasión la actitud del potencial benefactor estaba acompañada de comida caliente y lucía mucho más sincera que la primera vez.
Durante unos tres años todo marchó bien: tenía comida, educación y buen trato por parte de la pareja. las calles
Pedro parecía destinado para la mala vida pues aquellos tres años acabaron de forma abrupta cuando cierto día un profesor lo violó.
Lo normal hubiese sido que Pedro se queje o que, como en tantos casos similares, calle por miedo y aguante la situación hasta que pase. Sin embargo el caso fue que aquella violación desató toda la ira que a sus cortos doce años Pedro llevaba dentro, por lo que impulsivamente fue, tomó (robó) dinero de una oficina de la escuela y se marchó para nunca volver.
Lo normal hubiese sido que Pedro se queje o que, como en tantos casos similares, calle por miedo y aguante la situación hasta que pase. Sin embargo el caso fue que aquella violación desató toda la ira que a sus cortos doce años Pedro llevaba dentro, por lo que impulsivamente fue, tomó (robó) dinero de una oficina de la escuela y se marchó para nunca volver.
Seis fueron los años que Pedro sobrevivió en las calles tras renunciar a su vida con la pareja americana. Por un tiempo buscó trabajo pero nunca consiguió nada debido a su nula experiencia laboral y su escasa formación académica. Entonces comenzó a vivir de pequeños hurtos, sufriendo frecuentes detenciones de la Policía, en las cuales siempre era soltado (por ser menor de edad y por la poca gravedad de sus delitos) pero jamás sin recibir antes una buena paliza…
Siendo ya un adolescente mayor (casi un adulto), Pedro logró convertirse en un habilísimo ladrón de automóviles, tan hábil que incluso llegó a ser admirado por los novatos del ámbito, bien pagado y muy solicitado por los que controlaban el negocio.
A pesar de eso su habilidad no fue suficiente para evitar que lo detuvieran en 1969, cuando contaba con 21 años y ya se lo podía enviar directamente a la cárcel, donde en efecto fue a parar tras ser sentenciado a siete años de prisión.
A tan solo dos días de estar en prisión, dos hombres agarraron a Pedro a la fuerza y lo violaron nuevamente, pero esta vez Pedro consiguió un cuchillo en la prisión con el cual le cortó la garganta a los dos sujetos que se aprovecharon de él. Tan solo le dieron dos años mas en prisión ya que el acto fue considerado en defensa propia.
El Monstruo de Los Andes
Tras su liberación, Pedro Alonso viajó por Colombia, Ecuador y Perú. Su ruta precisa no se sabe con certeza, pero lo cierto es que sus víctimas eran niñas de entre 8 y 13 años, pobres y prácticamente siempre de raza indígena, raza que por lo general se concentra en las elevaciones de una cordillera que atraviesa los tres países en los que el sanguinario asesino regó sangre inocente: la Cordillera de Los Andes.
Una característica importante de Pedro Alonso era su gusto por la inocencia. Dijo así que “caminaba por las plazas buscando a una niña con cierta apariencia en la cara, una apariencia de inocencia y belleza” y admitió que, debido a su inocencia, las muchachas de Ecuador le gustaban particularmente: “A mí me caen bien las muchachas de Ecuador, son más dóciles, más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de los extraños”. Si nos preguntamos entonces por qué Pedro mataba niñas, tenemos que, según han observado los expertos, éstas eran un símbolo de la inocencia que él mismo perdió en la infancia, inocencia que fantaseaba con arrebatar (en parte para “vengarse”). Cabe no obstante dejar claro que, asociada a esta búsqueda por destruir la inocencia, está la principal finalidad del asesino, finalidad que no es la venganza sino, y a partir de una fijación del deseo sexual en la figura de la niña como consecuencia de traumas sexuales del pasado, es la persecución del placer, por lo cual los criminólogos han catalogado a López como un asesino hedonista. Con respecto a su tendencia pedófila Pedro dijo: “Es como comer pollo. ¿Por qué comer pollo de edad cuando se puede tener el pollo joven?”. También, y he aquí que se evidencia el aspecto más siniestro de este asesino, unido al deseo pederasta estaba una actitud de atracción y veneración por la muerte: “Quería tocar el placer más profundo y la excitación sexual más profunda, antes de que su vida se marchitara”.
Sería sin embargo aventurado el catalogarlo de necrófilo en el sentido convencional, ya que nunca tuvo sexo con cadáveres. Claro resulta pese a lo anterior el que sí existía una cierta pulsión erótica hacia la muerte en tanto que era justo en los momentos previos a la muerte de la víctima cuando el asesino buscaba el máximo orgasmo. Pero iba más allá. Así, su placer en este aspecto estaba principalmente en el hecho de causar y contemplar la extinción de la vida. Puede entonces y sin la menor duda, adjudicársele al Monstruo de Los Andes la posesión del “carácter necrófilo” de que habló el famoso psicoanalista Erich Fromm: ‹‹La necrofilia en sentido caracterológico puede describirse como la atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir, y el interés exclusivo por todo lo puramente mecánico. Es la pasión de destrozar las estructuras vivas››
Vemos así esa “pasión de transformar lo viviente en algo no vivo” en lo subrayado dentro de las siguientes declaraciones de Pedro Alonso López: “A la primera señal del amanecer me excitaba. Obligaba a la niña a tener sexo conmigo y ponía mis manos alrededor de su garganta. Cuando el sol salía la estrangulaba. […] Solo era bueno si podía ver sus ojos. Nunca maté a nadie de noche. Habría sido un desperdicio en la oscuridad, tenía que verlas a la luz del día […]. Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos. Solo aquellos que matan saben a qué me refiero”.
Ligada a su carácter de psicópata está la forma en que Pedro Alonso despersonalizaba y hasta cierto punto cosificaba a sus víctimas. Esto se ve en cómo hablaba y jugaba con los cadáveres de las niñas, niñas que para él no eran personas individualizadas con un hombre y una historia propia. Eran simplemente “sus muñequitas” (así les llamaba cínicamente), sobre las cuales cierta vez expresó: “A mis amiguitas les gustaba tener compañía. Solía poner tres o cuatro niñas en un hoyo y hablarles (…) Era como hacer una fiesta, pero después de un rato, como ellas no se podían mover me aburría e iba a buscar nuevas niñas.”
De aquellas fosas comunes que Pedro Alonso hacía para sus “muñequitas”, se ha dicho que eran sus “lugares históricos” y que, en ese sentido, expresaban el “trofeo simbólico” que para López representaba el conocimiento de dónde se hallaban sus víctimas y la percepción (potenciada por la acumulación de cadáveres) de lo enorme (y por tanto importante) que era su obra criminal, y es que a diferencia de otros asesinos, él no guardaba objetos de las víctimas ni anotaba sus nombres o tan siquiera el número que les correspondería en la lista de asesinatos.
Las evaluaciones psicológicas que se le efectuaron tras su captura, revelaron que López era un “sociópata” que sufría por un “trastorno de personalidad antisocial”, que era alguien que “no tiene conciencia” ni “empatía” y que mostraba una considerable habilidad para manipular y engañar a otros mediante su discurso, mediante las palabras.
Muestra de este carácter manipulador y engañador se ve en el hecho de que, si bien por una parte pretendía que su finalidad era matar a esas niñas pobres para librarlas de la pobreza y hacer que vayan directamente al cielo, por otra parte se mostró, en otros momentos, como un sujeto que temía a la muerte porque no creía que fuera a haber nada más que una “oscuridad nula” y un olvido de todo, siendo así evidente el hecho de que no creía que pudiera haber un cielo y por ende mentía cuando decía que mataba con el fin de librar a las niñas de la miseria y hacer que vayan al cielo. Obsérvese pues su verdadera concepción y actitud frente a la muerte: 1) “Cuando uno se muere pues, por total pierde uno lo que es los sentimientos, su visibilidad de los ojos para ver y, una muerte que uno ya no vuelve ni a saber quién es uno, todo queda así en una oscuridad nula”. Esto lo dijo cuando lo entrevistaba un canal de televisión en Ecuador. 2) “Yo estoy muy joven para morir, hombre”. Esto lo dijo a un periodista (no se muestra quién), con cara de intensa preocupación, en el documental de Biography Channel.
.Capturado en Ambato
Pedro Alonso López, por un buen tiempo, se dio gusto violando y matando a las “dóciles”, “confiadas” e “inocentes” muchachas de Ecuador, pero en Ambato, y sobre todo a raíz del asesinato de la hija de un comerciante que no era de clase social baja pese a ser de raza indígena, las autoridades empezaron a tomarse en serio las desapariciones de las que era autor López.
En sus inicios creyeron que se trataba de niñas desaparecidas debido al aumento en el comercio de menores de edad para fines de esclavitud sexual (la llamada “trata de blancas”), sin embargo en abril de 1980 una inundación descubrió una de las fosas de Pedro y, ante los restos de cuatro niñas, la Policía supo que lidiaban con un asesino en serie y empezó a investigar, aunque nunca se logró nada y fue un descuido del asesino lo que terminó haciéndolo caer…
Así, apenas unos días después de la inundación, Carvina Poveda había ido de compras al mercado con su hijita Marie de 12 años. Pedro Alonso, que había visto a la niña, no se contuvo como otras veces e intentó raptarla dentro del mercado. Entonces Carvina clamó por ayuda y rápidamente los comerciantes y algunas personas corrieron tras el asesino, quien había conseguido salir del mercado pero no fue lo suficientemente rápido como para evitar ser atrapado por la indignada turba.
.Confesiones y salto a la fama
Cuando la Policía llegó se toparon con un individuo que divagaba incoherencias y, tras llevarlo en un remolque y bajarlo en la comisaría, pensaron que estaban ante un loco.
Allí, en la oficina principal de la comisaría, Pedro adoptó una actitud de silencio absoluto ante todas las preguntas que le hicieron a lo largo del interrogatorio. Frente a esa situación la Policía tenía que ser astuta y cuidadosa, ya que para aquel momento Pedro era solo sospechoso de haber asesinado y, si querían que se confirmase aquella condición de culpable de la cual estaban casi seguros, debían hacer que suelte todo y para ese fin la intimidación no era idónea.
Fue en medio de esa problemática que surgió la figura del Capitán Córdoba, quien actuó como agente encubierto y se hizo pasar por el Padre Córdoba Gudino. Con mucha habilidad, el policía logró hacerse amigo del asesino y conseguir su confianza y con ella las confesiones de sus horrendos crímenes. Ahora por fin sabían que tenían a un asesino serial que había confesado matar a por lo menos 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia y “muchas más de 100” en Perú.
Pero… ¿qué tal si, como ya se había dado con otros asesinos, Pedro mentía para obtener protagonismo? Bajo esta duda los investigadores estuvieron escépticos, hasta que Pedro se ofreció a guiar a una caravana policial a los lugares donde dormían los huesos de sus “muñequitas”…En el primer lugar que les mostró habían 53 cadáveres de muchachas cuyas edades estaban comprendidas entre los ocho y los doce años; de allí, en los 28 nuevos sitios, se hallaron nuevos cuerpos y el total fue de más de 57. Pese a no hallar los otros cadáveres que deberían estar para avalar las confesiones de Pedro, algunos investigadores sugirieron que ciertos animales debieron esparcir los restos y que las riadas habían “lavado” el terreno. Frente a lo encontrado Vencedor Lascano, director de asuntos de la prisión, no dudó de las confesiones del asesino y dijo a un periodista: “Si alguien se confiesa autor de cientos de asesinatos y se encuentran más de 57 cadáveres, debemos creer lo que dice […]. Pienso que su estimación de 300 es muy baja”
.Una insignificante condena
Era claro que Pedro Alonso López era un asesino en serie digno de pasar al salón de la fama donde estaban monstruos como Garavito, Gille de Rais, Gary Ridgway, Chikatilo y otros más. A pesar de eso la máxima condena aplicable en Ecuador era de 16 años de cárcel, los cuales se le asignaron como castigo en 1981, cuando Pedro Alonso contaba con 33 años.
En el Pabellón B, Pedro Alonso pasó sus días de forma solitaria: fumando bazuco (droga barata hecha a base de residuos de cocaína), escribiendo en un diario y grabando monedas con la cara de Jesús en un lado y la del Diablo en el otro.
.Del sanatorio a la libertad
El Monstruo de Los Andes solo cumplió 14 de los 16 años debido a su buen comportamiento. El día que salió no cabía en sí de felicidad: gritaba, saltaba, hasta agradecía a Dios…
En Colombia lo declararon demente y en 1995, en vez de meterlo a la cárcel, lo internaron en un sanatorio, del cual fue ignominiosamente liberado en 1998 cuando, tras declararlo sano, se le soltó con fianza de 50 dólares y la condición de que siga recibiendo tratamiento psiquiátrico y se reporte cada mes ante el Poder Judicial.
Como era de esperarse, Pedro Alonso López jamás se reportó al Poder Judicial. En lugar de eso, Pedro viajó al Espinal para encontrarse con una vieja conocida a la cual había responsabilizado por “todo el dolor” de su “corazón”: su madre, doña Benilda López Castañeda, mujer que tiempo atrás había suplicado que no lo suelten porque podría ir y matarla.
Sin embargo López fue relativamente compasivo y no tocó un solo pelo de la anciana. En vez de matarla, al verla le dijo: “Madrecita, arrodíllese que voy a echarle una bendición”. Pero eso solo era el principio pues, aunque no mostró una actitud violenta, López realmente había ido a arreglar cuentas, y su forma de hacerlo fue exigirle a su madre que venda la cama y una silla para darle dinero…
Con ese dinero López se marchó y no se volvió a saber de él hasta que, en octubre del 2002, Colombia emitió a la Interpol un pedido de búsqueda y captura pues sospecharon que era Pedro Alonso López quien estaba detrás de un asesinato reciente en El Espinal.
Por último dejo un video de la liberación del Monstruo de los Andes:
http://www.youtube.com/watch?v=ML-5KiTC7ak